Nora Astorga, el feminismo y la ruina de Nicaragua

Texto de Pedro Senconac.

Un espectro atormenta a la mujer nicaragüense, el espectro de la causa feminista. Desligando las relaciones entre los hombres y mujeres de Nicaragua, esta podredumbre ideológica ha avanzado desde el Estado y el entramado de organizaciones que, con fondos y apoyo extranjeros, busca erradicar la cultura nicaragüense.

Por sus propios medios, el feminismo nunca logró nada en este país. Jamás ha sido ni jamás será Nicaragua un país feminista. A sus muchos amoríos con el caudillaje revolucionario y las potencias extranjeras debe su posición actual; es decir, siempre se ha tratado de una imposición que retroactivamente los académicos y periodistas leen como desarrollos orgánicos.

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La historia del feminismo es la historia del Estado centralizador y sus ideologías justificantes. Primero con Zelaya, que apenas y elimina algunas restricciones que mediaban los matrimonios; luego con Somoza, quien las utiliza como peones contra sus contrincantes en el Partido Conservador; y por último, con la revolución, que las desata de todo convencionalismo, de toda presión social y permite que cultiven la amoralidad distintiva de la guerrilla.

Para el liberalismo y para el socialismo por igual, la mujer nicaragüense es sólo un militante, y su padre, su esposo, su hermano y su amigo son obstáculos que evitan su militancia. De ahí su afán en convencerla de la maldad inherente en cada hombre y en toda la sociedad por consiguiente.

Así, podemos ver que la mujer nicaragüense, enemistada contra su sociedad, degenera conforme degeneran las instituciones y el Estado de Nicaragua mismo. No sujeta a padre o marido, la mujer se sujeta a sí misma a quien le ofrezca protección ante una sociedad que le exige ciertos papeles necesarios para la armonía del conjunto, y ahí entra el Estado liberal que echa por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas que conformaron a la sociedad pasada.

Este fenómeno en que la mujer se convierte en sujeto del Poder lo vimos surgir en Nicaragua durante el somocismo que, contrario a lo que popularmente se cree, también poseía una dimensión progresista. Victoria González escribió en Del feminismo al somocismo (Revista de Historia No.11-12:55-80. IHNCA. 1998), que:

Aunque se identificaran como madres, para muchas mujeres somocistas la atracción principal por el régimen fue la nueva identidad de ciudadanas que adquirieron, y su incorporación al mundo laboral clientelista. Debido a que el voto a favor de los
Somoza estaba ligado a las oportunidades de trabajo que pudieran tener, muchas mujeres así lo hicieron…

El liberalismo somocista planteó la estrategia de un discurso populista sobre los derechos de la mujer y, como resultado, el concepto del feminismo desapareció casi por completo del ámbito público en Nicaragua, para no reaparecer sino hasta después de 1979.

Pero yo discrepo en ese último punto. El somocismo tuvo un encontronazo con el feminismo, esa bestia que alentó y nutrió, el 8 de marzo de 1978. Fue un acto con grandes implicaciones políticas, pero también históricas, porque a mi ver marcó el punto en que el feminismo que ahora todos conocemos se forjó en Nicaragua; fue una forja sangrienta.

“El general Reynaldo Pérez Vega”, recuerda Anastasio Somoza Debayle en sus memorias, “mi mano derecha en el Ejército… Fue primero golpeado hasta convertirlo en una pulpa sangrienta. Le arrancaron los ojos, le cortaron la garganta, le quemaron el cuerpo con cigarrillos y, como un último acto de tortura, le cortaron los genitales y se los metieron en la boca”.

La célula revolucionaria que llevó a cabo tan vil asesinato no pudo haberlo logrado sin el valioso aporte de una mujer, un ícono feminista de la revolución: Nora Astorga, amante del general Pérez.

Astorga era una de muchas mujeres de “buena familia” en acabar en la guerrilla. Socióloga, abogada y más tarde diplomática, Astorga fue una mujer de educación amplia y amplias oportunidades dada la condición pudiente de su familia. Su perfil no distaría mucho de las muchachas que a temprana edad salen de la universidad con un título y varios talleres y diplomados feministas en su haber; de no ser, claro, por su sacrificio de sangre a la revolución. “No fue un asesinato, apenas un acto de justicia revolucionaria” diría años después.

El asesinato del general Pérez representa el acto más feminista jamás perpetrado en nuestra nación. Se trata de una mujer liberada de toda moral tradicional, educada según la más reciente ciencia y consciente de las “opresiones” a las que el sexo femenino la somete; una mujer libre de ejercer su sexualidad para obtener lo que desea; una mujer “al servicio de la humanidad”, como todos los revolucionarios dicen estarlo, siendo cómplice de un sacrificio humano.

Y Astorga no sería la única mujer en colaborar con el sandinismo. Algunas dirán que fueron “usadas”, pero no había mujeres más libres y autónomas que ellas porque no había mujeres más en guerra con la sociedad nicaragüense. Ahora estas mujeres pretenden desentenderse de su complicidad en la mayor matanza jamás vista por ojos nacionales, pero conservan la admiración a sus “hermanas de lucha”, las guerrilleras, ahora celebradas como “heroínas”, que con sus manos y con sus cuerpos hicieron posible la llegada de los bárbaros a nuestras ciudades.

Y no han dejado de utilizar la metodología revolucionaria. Las feministas mienten sobre los feminicidios, sacando de proporciones uno de los crímenes menos comunes y más repudiados en el país; mienten sobre el aborto, un delito que en más de una década no ha producido un sólo reo; y mienten, ante todo, sobre la cultura nicaragüense, adjudicándole toda violencia contra la mujer cuando fue precisamente la disolución de la moral y piedad cristianas sobre las que se funda el país, una disolución que celebran y perpetúan, lo que generó la amoral e impía naturaleza de estas últimas generaciones.

Es por esta historia que no debemos ceder ni un centímetro a ninguna demanda feminista, por muy bienintencionada que pueda parecer a primera vista. Tras cada exigencia se encuentra el siguiente horror revolucionario. Debemos aprender de los errores del somocismo y entender que el feminismo se detendrá sólo hasta lograr su objetivo último, y ese objetivo es la ruina de nuestra nación y de toda nación, de todo lo que consideramos sagrado en nombre de lo profano y de lo hedonista.