Abril y la espontaneidad

¿Fueron las protestas de abril de 2018 un movimiento espontáneo? La fe y la cordura de muchos parecen depender de que la respuesta a esta pregunta sea positiva. Por alguna razón, el que un movimiento sea coordinado y cohesivo elimina toda su credibilidad y mérito. Pero cabe señalar que sólo los movimientos coordinados y cohesivos triunfan.

También para contestar la pregunta tenemos que concordar en nuestra definición de «espontaneidad» porque, según ciertos criterios, es posible que no exista tal cosa como un movimiento político «espontáneo» y yo creo que eso está bien. Ninguna de las demandas que se hicieron quedan injustificadas en caso de haber existido detrás una directiva «golpista» sino que su propia naturaleza las hace y deshace; ellas son las que invalidan a la directiva y no al revés.

Sólo porque de puertas afuera se ha hablado con tanta fascinación y fanatismo del alma auto-convocada del movimiento es que hay problemas, porque quedarían muchos como hipócritas si admiten que hubo organización, justamente lo que permite a un movimiento político lograr sus objetivos.

Lo cierto es que, en la Nicaragua de 2018, la Nicaragua que Daniel Ortega había gobernado por otra década más, no existía el liderazgo capaz de generar algo como abril.

Existía, sin embargo, una casta de políticos insatisfechos a la espera de algún evento con potencial. Por años sembraron las semillas ideológicas necesarias para que, una vez ocurriera, pudieran tomar las riendas. En ese sentido, cuando retorno a la pregunta de si el movimiento de 2018 fue espontáneo, me inclino a decir que no.

Si bien es cierto que las expresiones de descontento posteriores a las primeras protestas no fueron coordinadas, sino que constituyen la espontaneidad de abril si es que algo lo hace, las protestas sí se coordinaron en grupos estudiantiles y de activistas. Eran grupos de estudiantes que aprendían lo que luego impondrían en el discurso los políticos: feminismo, ideología degenerada, aborto; y eran grupos de activistas que trabajaban en organizaciones dedicadas a la subversión más pérfida en nombre de la caridad.

Combinamos estos dos grupos que se complementan con una prensa complaciente de tales desvaríos y tenemos el cóctel perfecto para convertir una revuelta contra el sandinismo en un desfile del #Pride y en una campaña #MeToo.

Sabido esto, no debió habernos sorprendido cómo, de repente, se hablara de abril como una revolución, y no sólo una revolución, sino una revolución feminista para construir una Nueva Nicaragua abortera, sodomita, drogadicta. ¿Los jubilados?, ¿esos viejitos retrógrados quiénes son?

No podemos hablar de espontaneidad teniendo en cuenta el trabajo incansable de estas organizaciones y medios, amparados en políticos y fondos locales y extranjeros, para pervertir los valores de Nicaragua. Fue una empresa a gran escala, conformada por montones de empresas a pequeña escala, que se gestó durante los gobiernos liberales y avanzó por una década con el visto bueno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, ambos progresistas convencidos. Habría ocurrido con cualquier otro evento indignante que le recordara a todos que con el sandinismo no se puede vivir.

Nada de esto invalida lo que sentimos en esos años. Fue una tragedia como otras que ha vivido el país, hecha más trágica por su futilidad última. Al final del día, fuese espontánea o no, aquella exaltación sirvió únicamente para inflar egos y llenar bolsillos. Todavía hay quien sigue viviendo de asistir a webinars sobre la patriarcalidad de la dictadura y del imperativo de los derechos de los cuerpos trans-afrocribeños de la negritud de-territorializada en Nicaragua.

Hace falte desilusionarse de todo esto para poder continuar hacia una oposición genuina, centrada en Nicaragua y su bienestar, y no en idealismos hedonistas. Era inevitable que abril tomara la forma que tomó porque no ocurrió en un vacío, sino que surgió de una cultura enferma, la cultura de la Nicaragua post-revolucionaria.

¿Fueron las protestas de abril de 2018 un movimiento espontáneo? Sí, técnicamente, pero prácticamente no. Juzgando el asunto por sus resultados y alejados del sentimentalismo, por válido que sea, debo decir alto y claro: las protestas de abril de 2018 fueron un error.

No un error porque no hubiera razones para oponerse al sandinismo; no un error porque de algún modo nos mereciéramos este gobierno, como algunos intelectuales creen; tampoco lo fue por nuestra cultura, según muchos obstáculo de unidad. Fue un error porque no había nada que evitara la usurpación de las energías puestas en marcha, fue un error porque no había una fuerza organizada verdaderamente opositora al sandinismo por lo cual no pasó de ser un arrebato. Si de algo sirvió, fue para enseñarnos esta lección.