¿Qué diría Casimiro?

Texto de Pedro Senconac.

Lo mejor que pudo pasarle a Casimiro Sotelo Montenegro fue que la Guardia Nacional lo ajusticiara el 4 de noviembre de 1967.

Suena duro, pero de no haber sido por ese acto de justicia, hoy Casimiro sería recordado no como héroe, sino como un criminal de lesa humanidad. Podríamos hasta decir que las balas de la Guardia Nacional lo salvaron de sí mismo, pero sobre todo del Frente Sandinista.

El joven estudiante de la Universidad Centroamericana (UCA), presidente del Centro Estudiantil (Ceuuca), había encontrado la peor de las compañías en el Frente Sandinista, que apenas días atrás bautizó a su alma máter con su nombre tras haberla extinguido bajo acusaciones de terrorismo.

Salvo la remota posibilidad de que Sotelo se hubiera afiliado al Movimiento Renovador Sandinista, es seguro decir que hoy él estaría en el lugar de Edwin Castro, Omar Cabezas Lacayo, Leticia Herrera Sánchez y otro pelotón de guerrilleros, colaboradores y simpatizantes de la guerrilla, adheridos como garrapatas al perro llamado Daniel Ortega en su proyecto de degeneración nacional.

Por eso es absurdo preguntarse qué pensaría Casimiro Sotelo de que se estén tomando su alma máter, porque tenemos a sus “hermanos de lucha” con nosotros.

Son esos guerrilleros que no tuvieron la fortuna de ser fulminados por la Guardia y hubieron de seguir sus existencias miserables, arrastrados por la cara fea de la revolución, cuando se agotó el idealismo y quedó nada más la sangre y el fuego.

En el mejor de los casos, Sotelo no diría nada, cómodo desde un curul en la Asamblea Nacional, desde una silla de alcalde o desde una oficina hedionda a humedad de algún ministerio de papel; en el peor, creo yo, estaría dirigiendo a las turbas, tomándose fotos en el recinto, con una sonrisa triunfal cantando y bailando al son de “Daniel se queda”.

Sin que sea necesariamente un llamado a la acción, porque la violencia desorganizada sólo beneficia a nuestros enemigos, vale la pena admitir una verdad que nuestros abuelos y padres aprendieron por las malas: el único sandinista bueno es el sandinista muerto.

Irónicamente es una realidad que con sus actos admite el sandinismo “renovado” y los cómplices liberalismos, pues al ensalzar al legado de sus “héroes” sin reivindicar lo que sus muertes consumaron para Nicaragua —el terror—, dan a entender que sólo la muerte (o el anaranjado) puede santificar a un sandinista.

¿Qué se puede decir de la UCA? La misma universidad que permitió que honraran a un delincuente como Sotelo con un busto en sus instalaciones sufre a manos del régimen que lo llama héroe. Es un cuadro triste porque pudo haberse evitado.

Esto seguramente no habría ocurrido de haber escuchado la Compañía de Jesús al padre León Pallais, primer rector de la UCA y somocista decidido, quien una y otra vez advirtió a sus correligionarios del peligro que suponían acercarse a las siglas FSLN.

Y cabe recalcar que Pallais no era somocista necesariamente por liberal, sino porque entendía que sólo con Somoza la Iglesia católica y la educación estarían seguras. Era algo evidente incluso entonces, por lo que el apoyo a la revolución de parte del clero sólo puede interpretarse como malicia o estupidez.

Hemos de admitir que Anastasio II erró en su trato con los jesuitas, pero no sería tan loco decir que fue forzado a errar. Como explicó en sus memorias:

[El sandinismo] era como un cáncer. Podías aplastarlo en una parte del cuerpo político y repentinamente aparecería en otra.

De haber sido yo un dictador, como declaraban mis oponentes políticos y la prensa internacional, podría haber eliminado este cáncer enteramente. Esto habría implicado acción drástica de mi parte y una limitación a la libertad que yo quería que el pueblo de Nicaragua tuviera. Habría implicado la desaparición de aquellos sacerdotes que predicaban el comunismo. Estos religiosos buscaban a los jóvenes de las familias de clase alta y los adoctrinaban en la causa izquierdista. Sus esfuerzos nunca cesaron.

[…]

De haber tomado acción hostil contra este segmento de la Iglesia católica, puedo visualizar las represalias inmediatas de la prensa internacional. “Somoza niega libertad religiosa en Nicaragua”, o “Dictador Somoza patea a sacerdotes en los dientes” rezarían los titulares. La opinión del mundo automáticamente se habría puesto en contra del gobierno de Nicaragua y yo habría sido pintado como el diablo con cuernos. Tan sólo con un lado de la historia, el Vaticano se habría mostrado hostil, el congreso estadounidense me habría denunciado y las condenas habrían surgido desde cada rincón del mundo. Es irónico que hoy haya literalmente miles de fieles católicos en Nicaragua deseando que hubiese tomado ese curso de acción.

—Nicaragua Traicionada, pp. 23-25

Sabemos, con la ventaja del presente, que de todas formas fue condenado y atacado “desde cada rincón del mundo”. Sabemos también que ese último enunciado es aplastante en su veracidad.

Estoy seguro de que los jesuitas ahora exiliados, todavía melancólicos por los supuestos “logros de la revolución” que llaman “traicionada”, en el fondo piensan, sin decirlo y (espero que) con vergüenza: “Somoza tenía razón“.

Ya llegamos al llanto y el rechinar de dientes.