Nadie se robó la revolución

Si alguna cosa precipitó el colosal predicamento en el que el gobierno de Nicaragua más tarde se encontraría, fue el exceso de libertad. Por este exceso tomo yo total responsabilidad.

Anastasio Somoza Debayle, Nicaragua Traicionada, p. 29

“Traicionada”, “robada”, “truncada” son algunos adjetivos a menudo aplicados en relación a la revolución que en 1979 sacudió no sólo a Nicaragua, sino también a todo el continente y a muchos incluso fuera de él.

La historia es como de película: el malvado dictador Somoza fue derrocado por los valientes rebeldes sandinistas —dizque apoyados por “todo el pueblo”— que querían acabar con las injusticias. Ellos iban a dar fin a las torturas, a las desapariciones, a la corrupción y a la desigualdad, e iban a traer consigo un nuevo mundo donde todos serían libres e iguales.

Ese discurso existe y ha existido siempre porque es efectivo. Es el verdadero opio del pueblo. Con unos cuantos embellecimientos y reportajes inflamatorios es capaz de hacer maravillas.

Así reclutaron a personas como Javier Nart, abogado, periodista y desde 2014 eurodiputado, quien confesó en múltiples ocasiones al delito de contrabando de armas para el Frente Sandinista. Se convirtió en terrorista supuestamente para ayudar a Nicaragua.

Nart, por cuyas acciones ciertamente murieron miles de nicaragüenses, dijo tiempo después estar decepcionado. Hombres como él se escudan en la ingenuidad porque aceptar su tajada de responsabilidad supone incomodar esas vidas tan jocundas que da la política. Pero un lamento personal no sirve como disculpa; tampoco es que en realidad quieran disculparse.

De nada nos sirve que 40 años después el señor Nart dijera a los periodistas de La Prensa (otros colaboradores confesos del sandinismo) que “la libertad no significa que gobierne una bandera rojinegra” si todavía admite con orgullo haber arriesgado su vida para que esa bandera rojinegra, estandarte de Daniel Ortega y sus semejantes, ondeara sobre Nicaragua.

Para que gente como este europeo, desgraciadamente comunes incluso tras todos los fiascos del sandinismo, y también para los periodistas que del baño de sangre sandinista construyen la narrativa de “una gesta de moderación revolucionaria, generosa con los vencidos”, era necesario ignorar todas las señales evidentes de que el sandinismo no tendría rival una vez desapareciera la Guardia Nacional.

A las personas importantes en Washington y a ciertos líderes de América Latina les advertí que la caída de mi gobierno significaría un completo secuestro comunista del país. Esta advertencia cayó en oídos sordos y hoy los comunistas tienen una base ideal con dos océanos desde la cual operar en Centroamérica.

Anastasio Somoza Debayle, Nicaragua Traicionada, p. 287

Cualquiera diría que esto era imposible de saber en aquel tiempo, pero no es así. No existía ninguna alternativa armada al sandinismo capaz de balancear su sed de sangre. Ni la revolución cubana ni la china pasaron desapercibidas como para que los cómplices del sandinismo aduzcan ignorancia sobre los resultados tangibles de seguir la senda de los “muchachos idealistas”.

Sabían muy bien lo que hacían todos ellos, sabían cuál sería el resultado más probable y así decidieron que un grupo terrorista en toda regla merecía sus apologías.

El único argumento que valía en esa época era el eslogan “primero Somoza, después cualquier cosa”, de modo que todos los que apoyaban al sandinismo y se involucraban en el antisomocismo ponían el futuro del país en manos de una caterva de bandoleros. Tampoco perdían, ni pierden hoy, el sueño por ello.

Se trató, entonces, de una mezcla fatal de oportunismo y odio contra un régimen cuyo único delito era ser tan corrupto como cualquiera que viniera antes y menos que cualquiera de los que le sucedieron. Y al margen de aquellos fallos más bien comunes a toda la política en Hispanoamérica, era un régimen admirable en muchos aspectos que se defendió de una ofensiva despiadada y sin cuartel efectuada por una coalición liderada por los Estados Unidos, país que siempre consideró un aliado a complacer.

Todo parece indicar que el problema para los trasnochados nunca fue la tiranía, sino que retrataban como una tiranía familiar a un gobierno de valores nacionalistas, acuerpado por personas productivas y valiosas. Una vez tuvieron la ventaja instituyeron la más pérfida de las tiranías partidarias sustentada en una coalición de lúmpenes que, en 2018, tras haberse multiplicado por casi cuatro décadas, una vez más respondió al llamado revolucionario de atacar a cualquier persona que de verdad haya aportado algo al país.

Toda la ideología, todos esos planteamientos marxistas de lucha proletaria, la charla de plusvalías y otros términos economicistas bizantinos, no es más que la cubierta para una lógica inhumana de centralización, control, saqueo y venganza. El sandinismo, porque es comunismo, fundamentalmente se trata de la escoria de la sociedad elevándose contra sus superiores naturales ayudados por élites caducas, maníacas por conseguir más poder.

Entonces no se puede decir que fue una revolución de todos, sino de los traidores, y sólo fue “de todos” en tanto que la seguimos sufriendo todos los que estamos fuera de esos nuevos círculos de poder.

Cuatro décadas, cuatro años más tarde y el rumbo trazado por las balas de una guerrilla terrorista se sigue trazando con las balas de un Estado del terror. El cuadro sigue igual: un baño de sangre, un montón de palabras bonitas, lavados de manos, de cara y hasta de dinero. Izquierda y “derecha” concuerdan en un mito común antisomocista, pero pelean por ver quién tiene más derecho a la herencia del terror y la masacre rojinegra.

Prefieren inventarse el robo de una revolución sustentada en mentiras, secuestros y asesinatos antes que admitir que las advertencias del somocismo eran ciertas, que sus predicciones se cumplieron y que ahora, hecha patente la podredumbre en prácticamente todo el espectro político, un modelo parecido a aquel que le trajo orden y progreso a Nicaragua, con una que otra modificación, aparece ante la nación como el más viable.

La historia ya lo ha absuelto, sólo falta que el mundo se dé cuenta.