Por Pedro Senconac
Una extraña eventualidad, ¿un milagro? Tal vez el resultado de una negociación. La oposición ha decidido que nada de eso importa y con buena razón: ¡los presos políticos están libres al fin! La demanda que desplazó a la renuncia de Ortega como eje central de la agenda opositora se ha realizado.
Vuelven los inocentes a ver la luz del sol, sus hijos y cónyuges los reencuentran, abrazos y sonrisas. ¿Cómo podría un alma ponerle un “pero” a este inequívoco triunfo? Es sencillo: no todos los presos son creados iguales.
Aunque el sandinismo no tiene a la justicia como criterio para decidir a quién encarcela y a quién no, sus rencillas internas le llevaron a servir como instrumento involuntario de una justicia más primordial, una que el formalismo legal y la conveniencia política no dejan actuar.
Podemos todos celebrar la liberación de los inocentes admitiendo que, así como por ser inocente uno no se salva de acabar preso por motivos políticos, tampoco estar preso por esos mismos motivos lo salva a uno de ser culpable. Cómplices del propio sandinismo, criminales que ayer y hoy empuñaron un fusil y lo apuntaron contra Nicaragua entera, son enfocados por la prensa, celebrados como héroes.
Aquí nuevamente hay una dimensión poética en las vidas paralelas, como las de Plutarco, de Dora María Téllez y Marlon Sáenz, conocido como el Chino Enoc. Dos caras del sandinismo encarnadas, unidas por el devenir político, pero más parecidas, en lo que importa, de lo que les gustaría admitir.
Chino Enoc salió con fusil en mano a defender la revolución. Dora salió con fusil en mano a defender la revolución. Chino Enoc no dudó en acabar con los golpistas, los “nuevos somocistas”, como decía su líder. Dora no dudó en acabar con los reaccionarios, los viejos somocistas, como decía su liderazgo.
Paramilitares de distintas épocas unidos por el rojo y el negro, ¿cómo puede decirse que individuos como estos debían ser libres? Cuando encierran a una bestia salvaje, incluso si lo hace tu peor enemigo, lo sensato no es pedir que la suelten para que vaya a sembrar el caos por todo el lugar, sino que la sacrifiquen. Cuando la revolución se come a sus hijos, no exigimos que deje de hacerlo; nos reímos.
¿Importa cómo lo atrapó?, ¿importa si es temporada de caza? Sólo alguien con vocación de burócrata gubernamental se preocuparía por eso. Lo importante es que la bestia está en cautiverio y que debe pagar por lo que hizo a como sea, ya que las vías habituales fueron agotadas. Con las bestias es más difícil, sí. Dora y Enoc tuvieron la buena voluntad de exponer —aunque orgullosos— públicamente sus delitos.
Pero la oposición nicaragüense carece del criterio necesario para distinguir la noción más básica de la política, la distinción de amigo y enemigo. La oposición tiene una perspectiva de la política fundamentalmente sandinista. Cree en los mitos sandinistas, por tanto cree que aquel golpe de Estado que llaman “revolución” fue, como dicen, “de todos”.
El opositor cree que no fueron tanto las presiones geopolíticas ni las balas que disparaban los fusiles soviéticos, sino una masa indistinta de gente reunida de manera espontánea, la que hizo colapsar al aparato somocista y pretende emular ese relato fantástico. Este es un planteamiento incapacitante.
Según ese pensar, basta apenas la cantidad. Todos tienen un espacio en el bando opositor, hasta los asesinos. Entonces, ¿qué distingue a la oposición del sandinismo en ese caso? Francamente, sólo la falta de poder. Si para recibir un indulto y hasta alabanzas en medios prestigiosos basta con cambiar un pañuelo rojinegro por uno azuliblanco, el gobierno de oposición va a ser indistinguible salvo las figuras de Ortega y su esposa.
La realidad es que sólo una vanguardia comprometida, con credo uniforme y de principios inquebrantables tiene lo necesario para acabar con el sandinismo. De otro modo acabaremos celebrando a Santa Dora de la turbas y a San Enoc del Dragunov desde una cárcel inclusiva y con perspectiva de género. En el rito novus ordo, claro está.
Todo mientras sacerdotes y nacionalistas sin apellido languidecen a nuestro lado.