“Hoy habrá en Managua una gran manifestación contra los judíos” proclamaba un ejemplar del diario La Prensa un 6 de octubre del año 1935. “El grupo de jóvenes conocidos con el nombre de Camisas Azules han conseguido permiso del Distrito Nacional y de la Jefatura Política para efectuar una gran manifestación contra los judíos establecidos en Nicaragua y que hacen negocios usureros” decía la nota.
Los Camisas Azules no eran simples vagos. Al frente de la formación iban los pesos pesados de la cultura nicaragüense de la época: poetas, dramaturgos, intelectuales y otros artistas que en esos años iban reinventando la manera de escribir y pensar sobre Nicaragua, como Luis Alberto Cabrales, quien probablemente encabezó esa manifestación contra la judería.

Cabrales era poeta, ensayista, periodista y educador, chinandegano de origen y conservador hasta la médula. Estudió ciencias políticas en Francia, becado por el gobierno conservador de Diego Manuel Chamorro Bolaños (1921-1923), y ahí cultivó sus ideas en el movimiento monarquista y contrarrevolucionario Action française, dirigido por el también político-poeta Charles Maurras.
Cabrales regresó a Nicaragua en 1925, al morir su padre, y lo primero que hizo fue poner en práctica todo lo que aprendió de Maurras. En 1927, Cabrales congenió con José Coronel Urtecho, joven poeta que lo enlazó con los otros muchachos granadinos.
“Cabrales sí tenía ideas concretas. Era un reaccionario en un sentido verdaderamente reaccionario e intelectual” afirmó Coronel Urtecho a Manlio Tirado en 1983, ya añejo y convertido al sandinismo. “No reaccionario como ahora decimos por partidario de la burguesía, de la derecha, de que los empresarios sean los gestores y dueños del país, los que dispongan del poder para arreglar las cosas como un gran negocio” aclaró.
En ese sentido no éramos reaccionarios nosotros, al contrario. Nos oponíamos a esa gente al apoyar a [Carlos] Cuadra Pasos que más bien era el que representaba una cierta tendencia intelectual, cultural, espiritual, de doctrina, de otras aspiraciones diferentes de las meramente economicistas, comercialistas, de los conservadores tradicionales, granadinos que eran los que dominaban el Partido Conservador de los Chamorro, que eran tan yanquistas o más que los otros.
Esa era la razón de ser de todo el movimiento vanguardista: purgar las influencias extranjeras de la política nicaragüense, y Cabrales, mayor que todos los jóvenes de la Vanguardia (nació en 1901) fue mentor del movimiento, imprimiendo en él un ideario monarquista, pero pronto surgió la cuestión: ¿quién va a ser el rey?
Nicaragua había cumplido un siglo sin familia real en 1921 y los vanguardistas no se iban a conformar con un simple caudillo. Como dijo el joven vanguardista Pablo Antonio Cuadra al escritor español José María Pemán: “Nosotros nos dejamos llevar hasta el Monarca en germen. Queremos un dictador para lograr luego un hijo dictador y luego otro hijo dictador”.
Queremos fundar monarquías para dar a cada una de nuestras naciones un Estado constructivo, preventivo y conservador, ya que sólo los soberanos podrán romper esas soberanías democráticas, obstáculos terribles para la unidad y hermandad imperial.
Entonces llegó Somoza.
Sacasa, Somoza, Sandino
El 1 de enero de 1933, Juan Bautista Sacasa, político y académico liberal originario de León, fue juramentado presidente de Nicaragua. Sacasa fue el pretendiente liberal de la revolución de 1926, detonada por el golpe de Estado del general conservador Emiliano Chamorro y sofocada por un pacto impuesto a la fuerza por Estados Unidos, que desde 1912 había ejercido dominio sobre Nicaragua.
En esa guerra Sacasa contó con el apoyo de Anastasio Somoza García, un oficial caraceño de la Constabularia, el cuerpo armado establecido por los Marines para mantener el orden en el país. Somoza fue educado en Filadelfia y decir que era ambicioso no le haría justicia.

Sacasa nombró a Somoza director de la Guardia Nacional, el nuevo cuerpo armado de Nicaragua, cuando llegó a la presidencia. Somoza fue recomendado para el puesto por el presidente saliente, el conservador José María Moncada y además estaba casado con Salvadora Debayle, sobrina de Sacasa. En opinión de Paul C. Clark, Jr., tal parece que Sacasa “quería a un familiar controlando las armas”.
Los Marines volvieron a casa en 1933 y los rebeldes que quedaban, los partidarios de un obscuro general liberal de apellido Sandino, el único que se había opuesto al pacto de 1927, juraron lealtad al nuevo gobierno a cambio de amnistía y tierras. Somoza se opuso y el 21 de febrero de 1934 eliminó a Sandino cuando este llegó a conferenciar con Sacasa en Managua.
Los vanguardistas apoyaron a Sandino en un principio, antes de aparecer Somoza en el escenario nacional. Cabrales comentaba que “Sandino era un primitivo, un patriota simplemente instintivo; jamás llegó al concepto de nacionalidad. Los que fuimos sus partidarios, o mejor dicho, los que ayudamos de muy cerca, deseábamos, por su bien, que muriera en la contienda, pero desgraciadamente nunca se acercó muchos a las balas yanquis, y tal vez esto fue buena prudencia”.
Con ese ajusticiamiento Somoza entró a la política. Los vanguardistas lo recibieron como a un enviado del Cielo. En mayo de 1936, Coronel Urtecho hablaba del “signo revolucionario, reformista y pacificador que dominó en el cielo de la patria con la estrella militar de Somoza”.
La Reacción y los Reaccionarios

Desde el semanario granadino La Reacción (y su suplemento, Ópera bufa), fundado el 3 de abril de 1934, los vanguardistas potenciaban su causa y atacaban con humor juvenil, aunque elegante, a todos los políticos tradicionales. También a través de La Reacción apoyaban la candidatura de Somoza con textos, caricaturas, versos y entrevistas.
El semanario fue censurado por Sacasa a dos meses de haber empezado, pero eso no detuvo a los jóvenes poetas. Más bien, los radicalizó. Conformaron los Grupos de Renovación Intelectual y en febrero de 1935 arreciaron la campaña somocista.
Con Somoza de aliado, los vanguardistas emularon y adaptaron la praxis de los movimientos nacionalistas emergentes en Europa, sobre todo el de las Camisas Negras de Benito Mussolini, y el ala de Cabrales constituyó una especie de milicia urbana, los Camisas Azules, para hacer oír la voz de su caudillo.
“Lo apoyamos, entre otras razones, porque puede perpetuarse en el poder. Apoyamos su candidatura para que sea la última candidatura, así como votaremos para dejar de votar” expresaron en su manifiesto inaugural los “Reaccionarios”, firmado, entre otros, por José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra (don Bayardo Cuadra Moreno niega que ambos fuesen parte de los Camisas Azules), Joaquín Zavala Urtecho y Joaquín Pasos Argüello.
En abril de 1936, algunos de los muchachos hablaron personalmente con Somoza. Según La Prensa, “Diego Manuel Sequeira, Luis Alberto Cabrales y Jacinto Suárez Cruz, conferenciaron con el General Somoza acerca del rumbo que han tomado las pláticas de arreglo entre todos los grupos políticos de nuevas ideologías. Los tópicos principales tratados en la conferencia fueron: la candidatura del General Somoza y la convocatoria a una Constituyente”.
A Somoza le presentaron un modelo de gobierno completo, contemplando la organización de sindicatos, al ejército como guardián de la Soberanía nacional, al catolicismo como la fe imperante de Nicaragua y una serie de reformas de corte nacionalista y social. Reforma agraria, reforma bancaria, reforma de los servicios públicos desde el Estado; política que hacía justicia al ismo “Vanguardismo” y que en este sitio potenciamos.
Resumiendo, la doctrina era “la unión de todos los nicaragüenses bajo un solo ideal y una sola bandera”, con fe “en la futura grandeza de Nicaragua y en su destino glorioso de nación entre las naciones de América”.

Periodistas contra el periodismo, intelectuales contra la intelligentsia
Los Camisas Azules, aunque periodistas muchos de ellos, llegaron a atacar las imprentas de un periódico que consideraban enemigo de la nación. El 27 de mayo de 1936, un centenar de estos muchachos marchó por Managua portando la camisa azul con una espada roja bordada a la izquierda, en el pecho, y corbata y gorra del mismo azul. Entonaban su himno:
Soldados marchemos al campo de honor, los pechos llenemos de heroico valor;
llevemos al frente del gran batallón el nombre de Somoza, nuestro pabellón.
Al héroe Somoza, que triunfa con gloria
como hombre de Estado en nuestra victoria.
Los pueblos proclaman este pabellón, este pabellón,
con viva Somoza, que es nuestro campeón, que es nuestro campeón
Poseídos por el fervor patriótico, se tomaron la imprenta de El Pueblo, un diario antisomocista. La maquinaria la echaron a la calle, la arruinaron con alquitrán y todo cuanto pudieron lo rompieron en el edificio. La Guardia Nacional no arrestó a nadie; es seguro decir que no les importaba. La periodista Tammy Zoad Mendoza asegura en su reportaje sobre los Camisas Azules para Magazine que “esos ataques se repitieron en tipografías y periódicos en Managua y Granada, pero también en oficinas”.
Acabando mayo de 1936, Somoza tenía en jaque al gobierno de Sacasa. Los pocos leales al gobierno dentro de la Guardia Nacional estaban bajo asedio en el fuerte de Acosasco en León, dirigidos por un primo de Sacasa. El presidente, desesperado, pidió ayuda al Departamento de Estado, acusando además a Estados Unidos de haber capacitado a Somoza para tomar el control del país, aunque él mismo lo había nombrado director de la Guardia.
Paul C. Clark, Jr. relata en The United States and Somoza: A Revisionist Look, que el entonces secretario de Estado, Cordell Hull, prefirió no asistir a Sacasa, limitándose a recordarle al gobierno de Nicaragua que era “responsable de la protección adecuada de la vida y propiedades de los ciudadanos estadounidenses”.
El 2 de junio, Somoza logró neutralizar a los elementos leales a Sacasa y ocupó el fuerte de León con ayuda de los Camisas Azules. Procedió a anunciar que ahora la Guardia tenía control de todo el país y que permitiría a Sacasa acabar su mandato, a sabiendas de que él mismo buscaba la presidencia. Sacasa, ofendido, renunció y huyó de Nicaragua cuatro días después junto a su vicepresidente.
El caudillo que quiso, pero no fue

Sin Sandino y sin Sacasa, el camino estaba libre para que Anastasio Somoza García ocupara la presidencia, pero lejos de implantar la dictadura fascista que los vanguardistas proponían como camino a una monarquía nicaragüense, el gobierno de Somoza tuvo que hacer concesiones derivadas de la situación geopolítica de Nicaragua.
Una vez en el poder, Somoza condenó la violencia de los Camisas Azules y llamó a la disolución de la organización argumentando que, una vez terminada su campaña, ya no había razón para seguir luchando. Los muchachos se negaron a parar “mientras no hayamos liquidado completamente todo el actual orden reinante en Nicaragua”, pero eventualmente todos abandonaron la militancia y varios, con el tiempo, hasta sus ideas reaccionarias.
Somoza se acercó a Roosevelt, quitando los retratos de Hitler y Mussolini que tenía en su oficina cuando Estados Unidos declaró la guerra al Eje en 1941. Si hubo alguna posibilidad de mantener la esencia vanguardista, esta murió con los fascismos de Europa en 1945.
El nacionalismo somocista también se moderó con el tiempo, dando lugar a gobiernos cada vez más liberales y permisivos, con marcadas influencias estadounidenses, aunque siempre con los matices conservadores inevitables del pueblo nicaragüense. Hubo hijos presidentes, pero no dictadores de verdad.
Como muchos caudillos antes que él, Somoza sacrificó la doctrina por una posición segura. En un continente dominado por los Estados Unidos, de cara a la Guerra Fría era la única manera de sobrevivir; un trato faustiano. Así los vanguardistas callaron con el tiempo.
El ocaso de los genios

Pablo Antonio Cuadra jamás dejó el conservadurismo, pero sí moderó su discurso de cara a la sociedad, acercándose más a la democracia cristiana y aportando a las letras nacionales, al periodismo. Para él, aquella militancia fascista fue “de esas cosas que hacemos los muchachos y que no te das cuenta”, como dijo a Fabián Medina en 1999. Algunas personas que lo conocieron aseguran que jamás dejó de ser fascista, pero entendía que el momento había pasado, que se había perdido la batalla.
Como PAC, la mayoría de vanguardistas simplemente se moderaron. Los que ocuparon puestos públicos terminaron apartándose y al morir, los recordaron por su actuar cultural, no por la visión política que compartieron en su juventud. José Coronel Urtecho, quizá el que tuvo más participación en la administración somocista, se retiró de la política en 1959 y apareció convertido al sandinismo años después. Hoy es recordado más por esa vejez en la izquierda que por su juventud reaccionaria, a pesar de haber sido clave en la conformación del pensamiento vanguardista.
Sólo Cabrales, nostálgico afrancesado, mantuvo la línea dura del vanguardismo más allá del somocismo. De vez en cuando aparecían ensayos suyos en revistas, publicaba sus obras en La Prensa Literaria y en 1961 publicó un poemario, Opera Parva, pero gran parte de su obra sigue perdida en las hemerotecas.
Cuando murió en 1974, un somocismo muy distinto al que defendió se tambaleaba ante presiones internas y externas. Una guerrilla marxista con apoyo soviético aterrorizaba a la campiña nicaragüense que tanto le inspiraba en sus poemas. Los Estados Unidos ponían en marcha una embestida diplomática contra toda noción de “Soberanía” en nombre de la nueva religión de los “derechos humanos”. Nicaragua estaba por cambiar más de lo que jamás había cambiado y Cabrales, un hombre nacido a destiempo, tuvo la fortuna de no presenciar la carnicería desalmada de la revolución sandinista. Cabrales dejó este mundo refugiado en su familia y en su religión; ¿acaso sabía que nadie iba a relevarlo?
¿Vanguardia digital?

No fue sino hasta la época moderna, casi cien años después, que las ideas de los vanguardistas volverían a pronunciarse de manera auténtica. Albarda lleva recogiendo desde 2019 los aportes de estos hombres que, aunque arrepentidos y desilusionados, sentaron las bases para devolverle a Nicaragua la dignidad necesaria para encarar al mundo moderno en sus propios términos.
La tradición vanguardista, rota por la historia, tiene un valor inigualable en esta época de confusiones y desastres políticos. Las advertencias de estos hombres se cumplieron unas tras otras, el caos se apoderó de Nicaragua y la disolución moral se hizo patente.
La política tradicional ha cansado a los jóvenes, pero estos van sin la guía de un nacionalismo genuino, de modo que no pueden formular soluciones y cada propuesta suya engendra problemas. Los hay quienes incluso se declaran enemigos de la nación, entregados a ficciones desquiciadas como el anarquismo.
Para remediar esta situación, es necesario que la juventud de 2022 entre en diálogo con la juventud de 1922, que aprenda de su historia y de sus ideas, que las acople y construya sobre ellas, que cuestione los mitos de cuatro décadas de ocupación enemiga y corrija lo que el somocismo no pudo.
Tal vez algún día en Managua pueda la juventud manifestarse otra vez contra los enemigos de la nación. Tal vez los traidores vuelvan a tener miedo ante la vista de una camisa azul. Quizá Nicaragua volverá a entenderse como nación y no como un simple territorio donde experimentar con políticas de origen extranjero.
Para eso es necesario comprender de dónde venimos. Citando al ministro somocista Roberto Sacasa Guerrero, “volvamos con sentido crítico los ojos al pasado, pues, en este caso, desandar lo vivido no es retroceder, sino cotejar los pasos para avanzar con acierto”. Y debemos avanzar unidos bajo una sola bandera, unidos de verdad.