Domingo en Managua, una muchedumbre llena la Plaza de la República. Tantos miles de ojos se posan sobre un mismo hombre, tanto sudor se desata por una sola persona: Fernando Agüero Rocha. Hoy es el cierre de su campaña para llegar a la presidencia. Falta poco para las elecciones, poco más de una semana.
Agüero, conservador, enfrenta a un formidable rival, pero tiene aliados. La Unión Nacional Opositora, que conformó junto al político y periodista Pedro Joaquín Chamorro un año antes, aglutina a cinco partidos, que se unen en contra de un militar, ingeniero educado en West Point, hijo y hermano de presidentes dispuesto a llenar sus zapatos. Su nombre ese día lo grita con repudio el grueso de la manifestación y aparece en las pancartas que elevan, todas negativas.
Anastasio Somoza Debayle no es presidente ese domingo. Tampoco funge como director de la Guardia Nacional pues exigía la Constitución que renunciara a tal cargo para poder postularse a la presidencia. Nada de esto evita que los manifestantes exijan ‘su salida’. La euforia colma a la plaza y se desborda una vez Agüero deja las palabras.
En la plaza, Agüero propone negociar con el Estado mayor de la Guardia Nacional. Quiere llevar la manifestación hasta la Loma de Tiscapa, donde supone que se reúnen los generales. Convencer a la Guardia de que Somoza debía ‘irse’ y que esto les convendría parece ser su intención. La gran masa opositora concuerda, pero lleva el asunto al siguiente nivel. Para cuando llegan los gritos a la Avenida Roosevelt, ya no son de negociación sino de derrocamiento.
No hay ningún Somoza en Managua ese día. Anastasio y su hermano, Luis, están en León. Cierran su propia campaña, la del Partido Liberal Nacionalista. Varias patrullas salen del cuartel El Hormiguero, encuentran y retienen a la marea humana ante tres bancos: el Nacional, el Central y el de América. Agüero no estaba autorizado a sacar su cierre de campaña de la Plaza de la República, mucho menos a llevarlo ‘a negociar’ con la jefatura militar. Nadie permitió esa marcha conforme la ley lo establecía.
Pero la masa ya está exaltada, quizá Agüero no puede detener ese torrente ni aunque quisiera y, si vale usarlo, más vale que lo haga. No tendrá esta oportunidad nunca más en su vida. En todo caso, ya es tarea de la Guardia Nacional hacer valer lo estipulado. Los soldados se despliegan por toda la cuadra, entre los bancos y la esquina del Campo de Marte. Van armados con los fieles M1-Garand y apoyados por un camión de bomberos. Con agua disolverán la manifestación o eso esperan.
Salvador Cardenal Argüello, director de Radio Centauro, más tarde contará que Agüero “pidió a los manifestantes extenderse a través de la Avenida Roosevelt hasta la esquina de la Casa Pellas”. Como muchos, Cardenal pensó que la manifestación estaba autorizada a convertirse en marcha y llegar hasta ese punto, permanecer “en paro pacífico” y esperar una comisión del Estado mayor para dialogar. No existía tal permiso.
En su testimonio publicado en La Estrella de Nicaragua por, y en la entrevista que desde Albarda realizamos al historiador y periodista Nicolás López Maltez, nos comenta que “La historia que ellos cuentan, es decir, lo que ellos contaron, era que iban a ir a dialogar con el Estado mayor de la Guardia Nacional. Eso era una cosa ilusoria, puesto que el Estado mayor de la Guardia Nacional no era una institución autónoma. Ellos eran obedientes a Somoza, así es que tampoco es cierto que en la Loma de Tiscapa estaba todo el Estado mayor. El Estado mayor era un grupo de coroneles nombrados por Somoza y cada quien estaba en su casa o andaban acompañándolo en León porque estaba Somoza ahí a la hora de la manifestación”.
Las emisoras de la oposición en cadena emiten marchas militares, como queriendo convencer de que el plan es manifiesto. Nunca explica Cardenal cómo llegaron a ese acuerdo. Mientras, hay alguien repartiendo armas entre la masa. Un tal Edén Pastora es detenido por la Guardia en carretera sur con un lote de armas destinado a Managua. López Maltez señaló a Fernando y Edmundo Chamorro Rappacciolli, ambos guerrilleros de actividad antisomocista desde, por lo menos, el intento de asesinato contra Somoza padre el 4 de abril de 1954.
“¡Atención señores! El permiso concedido por la Jefatura Política para esta manifestación expiró a las 4 de la tarde, por lo que se les ruega a todos retirarse pacíficamente a sus casas” dice un guardia asistido por parlantes. La gente está cerca, responden con un enfático “¡No! ¡No! ¡No!” mientras agitan las manos, sus pancartas con mensajes contra Somoza y sus muchas banderas. El guardia repite el llamado y nuevamente se niegan. Cardenal contó entre mil y mil quinientas personas antes de que, “no una lluvia, sino un aguacero de balas” pasara sobre su cabeza.
Cardenal no escucha el disparo que mata al teniente de la Guardia Nacional, Sixto Pineda y le hace caer desde la torre de agua del camión de bomberos sobre la que estaba. Su uniforme es más sangre que tela cuando golpea el suelo. Se retuerce de dolor, se arrastra. Sus colegas se le acercan, pero la bala le destrozó el pecho. Está a pocos segundos de expirar.

“Yo vi cuando cayó un oficial de la Guardia, no escuché el disparo, pero después que el Guardia cayó se desató la balacera” confesó más tarde el político sandinista Dioniso Marenco, entonces uno de los estudiantes opositores y activistas.
López Maltez lo confirma: “Esa es la realidad que también nosotros vivenciamos, pues estábamos a pocos metros del camión cisterna, escuchamos el solitario balazo del francotirador y vimos caer al teniente Sixto Pineda, un joven piloto de la Fuerza Aérea que acababa de regresar de Texas. También lo vimos dificultosamente arrastrarse hasta la cornisa del Banco Central y vimos cuando lo auxilió un raso de la Guardia, pero ya era cadáver”.
El hábil disparo al corazón sólo pudo haber sido de un profesional entrenado y los testimonios confirman que surgió de la manifestación. López Maltez describe ese disparo mortal: “cuando él [Sixto] está sobre la pipa de agua, suena un balazo. Era una balazo que no se sabe a qué distancia fue. No era definido. Tiene que haber sido a cierta distancia. En otras palabras, un francotirador porque el balazo no se oyó en la propia esquina, se oyó que venía por lo menos de unos ochenta, cien metros de distancia. Con una mira telescópica le pega el balazo en el pecho y Sixto cae al suelo. Cuando cae al suelo, herido de muerte, los guardias comienzan a disparar, pero también de la manifestación comienzan a disparar. Los guardias no avanzan, sino que ellos se repliegan hacia los lados para protegerse de la balacera que les está llegando del otro lado”.

Los guardias disparan contra la manifestación, se echan al suelo. No hay manera de triangular la posición del francotirador ni de saber cuántos más habría en medio de la muchedumbre. Están camuflados entre la multitud los atacantes y esta a su vez les sirve de escudo humano.
El caos impera en la Avenida Roosevelt y cómo no. Otros seis guardias caen en el tiroteo. “En la acera del Banco Nicaragüense vi varias personas tirando piedras contra las vitrinas. Más adelante comencé a ver varias pistolas. Vi un rifle y luego una metralleta. Vi a la gente ensangrentada sentada en el suelo, no sé si muertos o heridos. Seguí mi mirada viendo cómo la gente quemó un automóvil. Seguían quebrando vitrinas” contará Cardenal, quien se refugia en el Gran Hotel. “Los líderes, que eran Pedro Joaquín Chamorro y Fernando Agüero Rocha, ellos no estaban en la punta de la manifestación, en la esquina de los bancos” asegura López Maltez.
Los disparos de los manifestantes retienen a la Guardia por un tiempo, pero se ven forzados a replegarse al Gran Hotel. López Maltez señala a “Alejandro Martínez Urtecho, padre del después ministro sandinista Alejandro Martínez Cuenca” como uno de los que disparaban; Martínez estaba “parapetado detrás del poste metálico de la barbería que estaba de F. y C. Reyes media cuadra al lago”.
En el Gran Hotel ondea una bandera estadounidense. Hay turistas, ciudadanos norteamericanos en el refugio que escogieron los manifestantes. Con la aprobación del presidente Lorenzo Guerrero Gutiérrez, el capitán José Iván Alegrett despliega dos tanques de guerra desde la Loma de Tiscapa. En una va él, la otra la dirige el teniente Alberto Smith.
Al llegar al Gran Hotel, a ambos vehículos les disparan desde adentro del edificio los que quedan de la manifestación. Decididos, ambos tanques responden con sus cañones. Ahí se rinden los irregulares. “Se les ordenó salir de dos en dos, y tras un chequeo fueron instados a marchar a sus respectivos hogares, sin arrestos ni represalias para no afectar el buen ambiente para las elecciones” cuenta López Maltez.
La UNO presentó un reporte donde contaban enormes bajas, hospitales atiborrados de heridos. Se llegó a hablar de “ríos de sangre en las cunetas”, pero nunca se presentó una lista con tantos muertos, ni después de que Somoza dejara el país en 1979.
“Las cosas son como son y yo no he visto ni existe una organización de los que dicen que son trescientos muertos del 22 de enero o dos mil como han llegado a decir. Eso es propaganda, eso ya no es ni historia ni es periodismo. Yo quisiera saber, si hay dos mil muertos, debe haber dos mil madres, quién sabe cuántos miles de hermanos que hagan una organización para pedir justicia para los que asesinaron, que no quede impune, pero no existe esa organización. Ni siquiera existe una media lista de los muertos, entonces uno, como periodista, tiene que pedir evidencia, pruebas. Si no, es invento político” expresa López Maltez.
Cardenal contó por lo menos doscientos. Los testimonios que publicó el diario La Prensa de Pedro Joaquín Chamorro iban por esos lados y años después, incluso se llega a los mil o mil quinientos, pero la Guardia Nacional se guió por las cifras de la Cruz Roja nicaragüense desde el principio. “Esa eminente institución es la que puede proporcionar cómputos verdaderos y fehacientes al respecto” declaró el comunicado de la Guardia. La Cruz Roja confirmó sólo sesenta muertes.
Otro mito surgido del evento es que la Guardia Nacional se llevó los cadáveres y los enterró en una fosa común. No hay evidencias de esto y el comunicado de la Guardia fue firme al respecto: “Desmentimos enfáticamente la versión de que fueron enterrados en fosas comunes los muertos resultantes de los sucesos a que nos referimos, más bien estamos en capacidad de asegurar que estos fueron retirados de la morgue por sus familiares para su correspondiente sepelio”.
Ningún opositor fue encarcelado por este incidente y las elecciones siguieron su curso, realizándose el 5 de febrero. Anastasio Somoza Debayle resultó victorioso, convirtiéndose en presidente como lo habían sido su padre y su hermano. En 1971, Agüero y Somoza firmarían un pacto político y el asunto del 22 de enero de 1967 ambos lo echaron debajo de la alfombra.
En el Banco Central de la vieja Managua, cerca de donde se desató el tiroteo, una placa con los nombres de los siete guardias que ese día cayeron permaneció hasta que los guerrilleros sandinistas llegaron triunfales a Managua y la arrancaron, echando sus nombres y vidas al olvido, como hicieron con muchos otros simpatizantes del proyecto político somocista, violentamente cuando hizo falta, ese año.
“Los periodistas pertenecen a un bando y cuando los periodistas se pelean con ese bando, se pasan al otro bando político contrario. Lo ves en el caso de Carlos Fernando Chamorro, diez años sandinista defendiendo a Daniel Ortega, dirigiendo Barricada, siendo el jefe de agitación y propaganda del FSLN, un súper-sandinista que hasta atacaba a su mama y después, cuando se pelea con el FSLN, no sé por qué, se pasa al bando contrario. Ahora él es antisandinista. O sea, no se excluyen del asunto político” lamenta López Maltez.
A cincuenta y cinco años del evento, ese domingo permanece un tema difícil de discernir, pero contrastando los distintos testimonios nos damos cuenta de que su verdad es más complicada de lo que a simple vista revelan las publicaciones partidarias y años de propaganda de todos los bandos.
Puede leer una transcripción de la entrevista que realizamos a don Nicolás López Maltez aquí.