Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodiacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres,
o que la tea empuñan o la daga suicida.—Rubén Darío
I
Introducción
La modernidad y sus consecuencias han sido un desastre para la humanidad. Reconocer este hecho, sin embargo, no debe llevarnos a la inacción. Todo lo contrario. Es en momentos de grave crisis cuando más hay que hacer y más valen los aportes. La realidad moderna es desoladora, pero sólo tiene el poder que nosotros le damos sobre nuestra psique. La batallamos desde nuestras familias, desde nuestros círculos, a como podemos.
Cómo salir de la modernidad ha sido el dilema principal de la derecha disidente. Varios autores han planteado distintas estrategias para construir regímenes contra modernitas, pero el hecho de que estemos donde estamos indica que ninguna ha funcionado a gran escala. En Madrid pasaron, sí, pero, ¿dónde está Franco ahora?
En la mayor parte de los casos, la derecha pierde porque está del lado equivocado de las dinámicas del Poder. La retórica derechista no es muy buena para centralizar un Estado como sí lo es la narrativa de los derechos (teniendo en cuenta que cada derecho implica siempre mayor intervención estatal) y otras ideas de la izquierda. La izquierda es el Poder actuando de manera oculta, incitando resentimientos, destruyendo intermediarios.
Pero el poder es inherentemente derechista y eso lo reconoce tanto un anarquista como un absolutista. El orden es de derecha, las jerarquías son de derecha. Podemos decir que la Izquierda no existe realmente, en tanto niega al poder, pero es subordinada del mayor Poder, siempre. Y si no existe la izquierda, tampoco la derecha puede existir como la entendemos. Si existen como concepto es gracias al liberalismo, primogénito de la modernidad, que quiere ofuscar estos procesos de cambio social detrás de la fachada del orden espontáneo, de la demanda popular y demás espectros.
Establezco así que sólo existe el Poder, el centro social, y los conflictos entre este y las instituciones secundarias en su camino hacia la centralización son la principal fuerza motriz de la historia. Cuando el poder se ofusca, cuando el poder se divide, cuando no quiere ser detectado y a la vez quiere centralizarse —como todo poder anhela—, ahí es donde nace lo que conocemos como “izquierda”; el centro utiliza a los márgenes para aplastar a sus enemigos y en el proceso irrumpe en la sociedad y la modifica, a peor casi siempre.
Cuando el centro no tiene enemigos, cuando es visible el Poder y cuando hay armonía entre márgenes, instituciones secundarias y el Soberano, ahí reside la “derecha” más genuina, aunque posea múltiples formas como múltiples formas poseen las gentes del mundo. Toda la cordura, todo lo bello, lo bueno y lo veraz puede florecer ahí donde hay derecha y derechistas hábiles. Esto lo profundizaremos más adelante.
Dos formas de derecha pueden estar en total oposición, ya sea por diferencias nacionales —la derecha francesa genuina no es igual a la derecha nicaragüense— o por diferencias de temperamento —carlistas, más nostálgicos, difieren de falangistas, de temple visionario—, pero están impregnadas de una sustancia específica; son la aristocracia espiritual de la que escribió Evola.
II
Sobre la tercera posición
Los tecerposicionistas dirán que ellos han escapado de la dicotomía a través de la síntesis de Hegel. Lo dicen al sentir en las “derechas” el hedor distintivo del liberalismo. A ellos diría que es justamente esta capacidad de percibir lo malo en las “derechas” democráticas lo que les hace derechistas genuinos, o al menos les da potencial para llegar ahí y me atrevería incluso a afirmar que la tercera posición es, en muchos aspectos, más genuina incluso que los movimientos plenamente regresivos, porque el tradicionalismo no es un culto a las cenizas, sino la eterna lucha para mantener ardiendo al fuego. De no ser eso, estaríamos ante un progresismo en reversa y la tercera posición predica esta constante lucha como dogma.
Yo definiría a la derecha como definió Luis Alberto Cabrales al conservadurismo. Es “el acervo de ideas políticas y sociales que sirven para “conservar la autenticidad y la identidad de un pueblo””. Este imperativo de conservación no debe entenderse como un anhelo de inercia, sino más bien como una estructura que dirija toda clase de progreso. Esto, a mi ver, lo han comprendido la mayoría de movimientos de tercera posición, aunque otras cosas las haya corrompido la modernidad.
En otras palabras, la añoranza al viejo régimen de los ‘regresistas’ es saludable en tanto genera sabiduría e identidad, pero cuando se convierte en una suerte de escape, en un “progresismo a la inversa”, donde todo lo bueno queda atrás y solamente repitiendo las viejas formas podemos continuar, esta tendencia crea un circuito de resentimiento que nubla la praxis. El viejo orden murió y no hay manera de restaurarlo exactamente a como fue. Las cosas cambian, después de todo, pero no tienen por qué cambiar de un modo ajeno a la autenticidad e identidad de nuestro pueblo. De muchas maneras, la tercera posición es un punto de partida para dirigir estos cambios, de modo que sean auténticos.
El proyecto tecerposicionista, sin embargo, es propenso a descarrilarse, más que todo por una serie de carácteres modernos, subversión externa, derrotas militares y todo lo que está en medio. Así mismo, me atrevo a decir que a la tercera posición le hace falta teleología. Una vez ganada la guerra, ¿qué hay de valor en la república sino es la patria?, ¿cómo podrá la patria ser ella misma si no es gobernada por las mejores familias?, ¿cómo podrán comprenderse las mejores familias entre sí si no es alrededor de un Soberano, el más noble de todos?, ¿cómo mantiene legitimidad real este Soberano si no es desde una noción trascendental?, ¿qué hay más trascendental que la religión?, ¿en qué dimensión se trasciende si no es en tiempo y espacio?, ¿qué forma política trasciende más en estas dimensiones que la monarquía?, ¿qué monarquía es más poderosa que la monarquía absoluta?
Todo esto, inevitablemente, nos lleva a la conclusión última: todo movimiento de tercera posición, si quiere escapar de los horrores de la modernidad, debe ser necesariamente un movimiento de forja monárquica, o de restauración y reinvención, en caso de existir una forma previa. De otro modo, y a como señala Evola en sus críticas al fascismo y al nacionalsocialismo, estos movimientos perecerán ante la modernidad pues:
[E]n prácticamente todos los Estados tradicionales el punto de referencia principal para la encarnación del principio destacado y estable de pura autoridad política ha sido precisamente la Corona.
El fascismo visto desde la derecha, 1974. Capítulo V.
Basta con ver lo que ha sido de ciertos sectores del falangismo, de muchas formas indistinguibles de la izquierda más pestilente, o las diversas confusiones nacidas del chiste nacionalbolchevique, así como el neonazismo y el larping de la derecha alternativa estadounidense.
El tercerposicionismo es, como vemos, una reacción inmediata ante los aspectos más degradantes de la modernidad. Así lo apunta Pablo Antonio Cuadra:
El Fascismo es la reacción lógica, racional, razonable de la Civilización contra la Revolución. Ante el intento de destruir la Ciudad, la Ciudad se defiende por la violencia, por la fuerza y por la organización. La Ciudad es un capital, es una tradición, y se resiste a ser derrochada. La Ciudad (Polis) ha educado, pulido en su seno a la humanidad; la ha civilizado. Se niega a perder su obra, a entregar sus labores a la barbarie para que ésta las dilapide en una experiencia, en un ensayo último de locura y libertinaje. Por esto el Fascismo se basa en la frase maurrasiana: «Política primero», implícita en la palabra Civilización. La Ciudad primero. La Polis. La Policía. El Partido fascista es el convertir a toda la Nación, a toda Roma, en centinela, en policía, en defensora vigilante de la civilización, de la Romanidad.
Breviario Imperial, 1940. pp. 177-178
Por esto mismo es incapaz de persistir a la larga sin un soporte tradicional. Sin, igual en palabras de PAC, “la otra Roma, la del culto”. El romanticismo del nacionalismo sólo puede llevarte hasta cierto punto, en donde tenés que dar el paso hacia un orden más formal, descartando tácitamente parte de la mitología y, con ella, purgando los pocos trazos de modernidad. He ahí el escape.
Evola atribuye esta necesidad teleológica de la tercera posición a la diarquía existente entre la figura del REX, gobernante ungido por la casta sacerdotal, respetado por la guerrera, algo resentido por el pueblo quizá; y el DUX, su delegado en tiempos de crisis, usualmente un soldado que ha probado valía, virtud o ingenio suficientes. Escribe:
[D]iferentes constituciones tradicionales, y no sólo en Europa, han conocido dualidades análogos a las del REX y del DUX, del REX y del HERETIGO o IMPERATOR (en el sentido, sobre todo militar, del término), el primero encarnando el principio puro, sagrado e intangible de la soberanía y de la autoridad, el segundo presentándose como el que, en un período tempestuoso asume tareas o misiones particulares, recibiendo poderes extraordinarios en una situación crítica, poderes que no podían ser atribuidos al REX por el carácter mismo de su fundación superior. Y se exigía una personalidad particularmente dotada, ya que no debía extraer su autoridad de una pura función simbólica no-actuante, de carácter “olímpico”, por llamarla así.
Por lo demás, en tiempos menos lejanos, figuras particulares, como Richelieu, Metternich o Bismarck reprodujeron, en parte, junto a los soberanos, esta situación dual, y bajo esta relación MUTATIS MUTANDIS, no habría en principio gran cosa a reprochar a la “diarquía” del período fascista…
El DUX carece de aval religioso pues su trabajo es un trabajo de orden mecánico y terrenal. Su aspiración no es, ni debe ser, elevarse hacia un poder permanente, pues no tiene estirpe, no existe temporalmente su casta a como existe la del REX, estando esta última más en sintonía con la historia misma de la Patria. Es la relación que existe, igualmente, entre el caudillo y el monarca.
El DUX, entonces, está más interesado en la nación, en el presente, que en la Patria, pues es en el presente donde más se le necesita, en el presente reside la amenaza y se manifiestan sus problemas con mayor fuerza. El DUX ha existido bajo distintos nombres durante distintos tiempos y en distintos lugares. El primero de Occidente quizá haya sido Cincinato, quien abandona el arado para dictar las leyes de Roma. Claro que Roma era una res publica, por lo que eventualmente decaería sin importar cuántos DUX le brindaran soporte. César y Augusto, al igual que Mussolini, salvan a la res publica romana, pero sólo la estirpe de César le dio trascendencia.
Ese espíritu permea, precisamente, a casi toda la tercera posición. Los fascistas son eternos Cincinatos salvando repúblicas destinadas al fracaso por su misma condición republicana. Sería distinto, digamos, si estuvieran al servicio de una monarquía ungida, pero la monarquía es una institución que la modernidad degeneró donde no la exterminó fugazmente, por lo que es más complicado pensar en reyes cuando los representantes son ancianos seniles o hacendados amorales.
Lo que el mundo necesita, entonces, son nuevos Césares, o como lo diría Pablo Antonio Cuadra:
Nosotros nos dejamos llevar hasta el Monarca en germen. Queremos un dictador para lograr luego un hijo dictador y luego otro hijo dictador. Queremos fundar monarquías para dar a cada una de nuestras naciones un Estado constructivo, preventivo y conservador, ya que sólo los soberanos podrán romper esas soberanías democráticas, obstáculos terribles para la unidad y hermandad imperial.
Es nuestra esperanza: Construir nuestros Reynos. Reconstruirlos… El imperio erguirá sobre ellos.
Carta a José María Pemán, 1935
Es esta idea del monarca en germen el punto de partida de lo que he llegado a llamar albardanería, en honor a un poema del mismo Pablo Antonio, que da nombre también a este proyecto.
El monarca en germen es, si bien inexplorada más allá de ese párrafo, una idea poderosa. Significa, a la larga, una vía para llegar a la renovación de la Patria a través de la nación. Es la tercera posición —el DUX— evolucionando hacia una forma nueva, pero sorprendentemente familiar, alejada de la modernidad —un REX NOVO—. Así evitamos la deriva de los tercerismos, esa tendencia a fundirse con los sectores más brutos de la izquierda, y aseguramos una continuidad que ningún régimen de tercera posición aspiró siquiera a esbozar. Cada generación de hijos dictadores acaba con una institución de la república y la reemplaza con una forma tradicional. Mueren los ministerios y vuelven las parroquias; cesan los comités y renace el municipio; se deshacen los sindicatos, dando paso a los gremios; niégase a sí mismo el individuo ante la familia, el clan, su comunidad, y esta negación le da más vida y más significado.
¿Es, entonces, la albardanería de tercera posición? Sí, pero únicamente porque busca trascenderla. La albardanería no considera real, en un sentido relevante, cualquier cosa que no resida en el pasado, pero comprende que el pasado no puede recrearse por su propia naturaleza, entonces intenta formular su propia estructura siguiendo los principios que crearon a los órdenes del pasado. Busca, ante todo, la autenticidad de valores y formas, no así su inercia o pura regresión, patologías que llevan al colapso, simples reflejos de la moderación y la progresión ciega modernistas. La reestructuración endógena de la autoridad y la jerarquía formal; de la tradición, las costumbres y el bien común; de la religión, la moral y la ley nuestras; de la nobleza, la virtud y la armonía total del reino alrededor del Soberano significador, este mismo significado por una espiritualidad superior; todos estos aspectos comprendidos desde la Nicaragua vieja en busca de la destrucción de la Nicaragua nueva —sea cual sea su forma— constituyen el núcleo de la albardanería.
Podemos encontrar estos principios, de nuevo, en el pensamiento de PAC:
No somos fascistas italianos, no podemos serlo, porque somos nicaragüenses, o mexicanos, o argentinos… porque somos, en suma, americanos. Pero queremos revestir nuestras nacionalidades con todo lo eternamente invencible que, por universal, tiene la doctrina y la acción fascista.
[…]
Allí somos fascistas: En todo aquello que el fascismo nos ayuda para ser integralmente y eternamente nicaragüenses, integralmente y eternamente mexicanos, integralmente y eternamente argentinos…
Porque nosotros tenemos una tradición. Una gloriosa y grandiosa tradición hispana y conquistadora, que, con sólo resucitarla y darle el empuje de la modernidad, se convierte en un fascismo tan nuestro, tan profundamente nuestro, como lo fue aquella heroica época, también fascista, de nuestra antigüedad hispana imperial.
La marcha sobre Roma, 1938.
Y en la España de su tiempo, de la cual escribe en su Breviario:
España se levanta con un lema más alto que el fascismo. Va a defender la Religión, el espíritu, el culto, la cultura. No olvida a la Ciudad. ¡Lo teológico es lógico! En la conquista de su libertad España sabe —¡Falange!— que no hay libertad espiritual sin ciudad organizada. Pero apunta al cielo —¡Requeté!— y su lema, superando al maurrasiano, es: «Dios primero» […]
España, pues, ha culminado el proceso de reacción. Ha juntado en sí las características definitivas de dos edades. Su misión es —después de los inevitables roces de toda unificación— sacar la resultante genial de esa aleación histórica.
Si el Tradicionalismo de los «Requeté» baja del Medioevo, de Dios («¡Dios, Patria y Rey!») a la Ciudad, a la Civilización; y si el fascismo de Falange sube, remonta la Ciudad, la Patria («¡Arriba España!») a Dios, al cultivo de Dios: al genio hispano corresponde encontrar la esencia total, la fórmula cabal y precisa de este cruce magnífico, jerarquizando, ordenando el aliento de tales tendencias y colocando, como en símbolo de la unificación militar de primera hora, bajo la Boina Roja que cubre el pensamiento, la Camisa Azul que cubre el corazón.
En otras palabras: Bajo un Dios —principio del orden y de la Cultura— una Monarquía enraizada en los siglos, es decir, una Patria que continúa el pasado glorioso. Tradicionalismo. Y hacia un Dios —fin último del hombre y de la Civilización— elevar un pueblo organizado y consciente que cumple con su destino nacional y Universal. Fascismo Español. ¡He aquí lo moderno y lo antiguo: es decir, lo eterno! ¡Lo Divino y lo Humano: es decir, lo integral!
pp. 181-182
III
Formalismo y ontología absolutista
Por esto la albardanería es la continuación espiritual, así como la refinación, de lo que fue el movimiento de Vanguardia nicaragüense a inicios del siglo XX, a su vez inspirado tanto por el falangismo y la tercera posición como por la comunión Carlista y la escuela tradicionalista, pero también es la integración de desarrollos posteriores a este tronco de reacciones.
La albardanería es formalista, doctrina de Curtis Yarvin, en tanto busca la formalización de todas las relaciones de poder existentes como primer paso para el cambio político y como garantía de estabilidad. Los métodos ofuscadores de gobernanza utilizados tanto por la democracia liberal como por el comunismo soviético resultan repugnantes para cualquier albardanero, pues crean falsas nociones de gobierno popular, de soberanía de masas, de individuos existiendo fuera del tejido social y a la vez conformándolo. Todas estas imposibilidades persisten en nuestro imaginario no por su coherencia o veracidad, sino porque le son útiles al Poder central en conflicto con sus subsidiarios, como establecimos con antelación. En nuestro caso, este poder es “el Imperio”, a como lo llama la izquierda, constituido por los Estados Unidos demócratas y en menor instancia por los Estados Unidos republicanos, en virtud de servilismo, y sus subsidiarios son las pocas soberanías nacionales que quedan.
(La albardanería, en tanto se levanta en contra de este Poder desde una soberanía nacional reconstruida, posee un carácter profundamente revolucionario y rebelde, mas sólo es así porque en el siglo de la anarquía es la pronunciación del orden la verdadera y única disidencia.)
Las ficciones liberales y socialistas le son útiles porque movilizan a los sectores de la periferia (los proletarios, rechazados, los desafortunados, foráneos, los depravados, los desviados, etc.) en contra de una percibida opresión por parte de instituciones ‘conservadoras’ que residen entre el Poder y la periferia; los subsidiarios de un Poder cuya naturaleza ha cambiado. Este Poder, entonces, se oculta en el humo de las ficciones y la periferia únicamente percibe lo que el Poder desea que esta perciba: un totalitarismo reaccionario. Desde esta posición, el Poder organiza, financia, subvierte y todo queda oculto bajo falsas categorías; hablo de las Fundaciones privadas que niegan ser parte de la gobernanza a pesar de haberla definido durante décadas o de la institución de nuevas religiones en deprecio de la religión tradicional bajo un manto ‘laico’ alrededor de estas primeras. A esta constante derrota de los elementos reaccionarios en la sociedad se le llama ‘progreso’ y el modo en el que es sostenido como dogma no dista mucho del concepto de la Divina Providencia.
Este proceso de centralización indirecta ocurre a escala global, desde los Estados Unidos hacia afuera, pero ocurre igualmente en las Estructuras informales construidas a imagen y semejanza del sistema usonano. Es un mal propio de las repúblicas con separación de poderes. La periferia es el hierro en el que forja sus armas el Poder y mientras este poder permanezca oculto, amenazado y dividido, más dañinas serán sus ficciones para la sociedad en general. Es, entonces, necesario concentrar todo el poder en una autoridad unipersonal, libre, fuerte, duradera y claramente definida, a la vista de todos y lejos de todos, de modo que en su seguridad delegue responsabilidades, las intelectuales incluidas, y nos beneficie a todos su mando sabio. La conclusión lógica de esto en el aparato intelectual de una Nicaragua gobernada por un Estado albardanero sería el nombramiento de la Iglesia católica (en sus comuniones más tradicionalistas) como administradora de todos los medios de comunicación y de todas las escuelas. Una garantía de orden auténtico y armónico; he ahí el formalismo de la albardanería.
A este formalismo le acompaña una ontología opuesta a la heredada de los iluministas, la ‘anárquica’ o ‘liberal’, la cual es, en palabras de Chris Bond, teórico contemporáneo del formalismo:
[U]n sistema intelectual que toma al individuo como ser anterior a la sociedad y que rechaza el rol formativo y definitivo de la autoridad. Las ontologías anárquicas deben necesariamente asumir una gran cantidad de condiciones para las cuales no se han encontrado pruebas, tal como el potencial de orden espontáneo que permite a una sociedad funcionar sin gobernanza y toda clase de ficciones. En su punto más honesto, vemos una amplia gama de anarquismos, y en su estado más difuso y confuso, nos encontramos con la cacofonía de las varias iteraciones del liberalismo.
Absolutist and Anarchic Ontology
Journal of Neoabsolutism, vol 1., 2017
La realidad es justamente la opuesta. Primero vino la jerarquía animal que, a través de un evento singular, desarrolló el signo ostensivo (un llamado a dirigir la atención a algo) y, a partir de ahí, el imperativo (un llamado a sostener esa atención a ese algo) y el declarativo (la atención hacia cosas que no están presentes), modos del lenguaje humano que convirtieron a esta jerarquía en una verdadera autoridad, en un centro que definiría cada aspecto de todos los individuos en su periferia. Este centro fue, al inicio, una idea vaga del más allá, de los dioses de la naturaleza, y era interpretada su voluntad por sacerdotes y chamanes. Fue cuando el hombre fuerte usurpó este centro que nació el Rey divinizado, forjador de los primeros imperios de la humanidad (Egipto, China, etc.) y de la civilización como tal.
Por esto la albardanería rechaza al marxismo, pues no es la lucha de clases la que mueve a la historia sino las dinámicas de estos centros en conflicto con otros centros, tanto en una misma estructura como entre dos estructuras chocando. Del mismo modo niega que el anarquismo sea posible, dada la centralidad inherente a los órdenes humanos, o deseable, teniendo en cuenta que los movimientos anarquistas no-minoritarios son de carácter universalista.
Esta ontología divergente la bautiza Bond como ‘absolutista’, yo ‘central’ como sinónimo propongo. Las implicaciones que tiene en el resto de las áreas del pensamiento humano no son para tomarse a la ligera. Transforma lo que el liberalismo llama “economía”, de un ente separado de la autoridad en origen y, por ende, “natural”, a una extensión de la mano de la autoridad central, obra suya por (más que todo) acción y (pocas veces por) omisión. También pone en duda esa mitología del orden espontáneo y, teniendo en cuenta que el Poder en nuestros días busca ocultarse siempre que puede, no es tan difícil imaginar la poca validez del concepto del “libre mercado” como generador de un óptimo económico, o de si una eficiencia máxima en el ámbito comercial es del todo benéfica para los demás aspectos de la existencia humana, como lo son la tradición, la identidad propia de cada pueblo, la espiritualidad, la familia, la comunidad, etc.
Por esto la albardanería rechaza al capitalismo, pues sus bases son dudosas, sus métodos subversivos para las soberanías nacionales, siendo que su fin es el mercado global irrestricto, y para las tradiciones de todos los pueblos, siendo que la aculturación permite el aumento de la producción al alejar al hombre de las comunidades donde las tradiciones, la hermandad y la camaradería florecen y constantemente se renuevan, acercándolo al puesto de trabajo, apresándolo ahí como un zángano en granja de miel y no colmena, llevándose el fruto de su trabajo lejos de su comunidad, la cual eventualmente aniquila, de modo que no hay nada ralentizando a la producción que, de manera obscena, acaba siendo el objetivo en sí mismo.
La conclusión, entonces, de la albardanería, es una Nicaragua gobernada por un trono y un altar claros, honestos, visibles y precisos, a como se le gobernó desde su forja y hasta su ‘independencia’. Esta forma de política, que se funda en una autoridad unipersonal, libre, fuerte y duradera, ungida por la Iglesia, es la única política genuinamente nicaragüense, porque es la única genuinamente hispana y genuinamente nuestra, algo que no puedo dejar de enfatizar. Es, si bien anti-democrático, el sistema más benéfico para el demos nicaragüense, pues no sólo lo ordena y significa, dándole propósito desde el Soberano y esparciendo santidad —dígase, virtus— desde la Iglesia, sino que también le hermana con su pasado, la única dimensión real de la existencia, y consigo mismo, acabando finalmente con las rencillas partidarias que asemejan más a los conflictos del salvajismo prehispánico que a cualquier debate honesto entre ideas disímiles. Es la ‘democracia orgánica’ del nacional-catolicismo: una sociedad mediada y moldeada por instituciones centenarias de orden. Son el municipio, la parroquia, el gremio, la familia, la escuadra, todos dirigidos por el Soberano y la Iglesia hacia un sólo punto común: esa grandeza nacional, patriótica, reaccionaria e imperial de nuestros ancestros, proyectada hacia la inquietud de nuestro futuro, adquiriendo así nuevas cualidades cuyas formas podemos especular apenas.
IV
Consideraciones panhispánicas
Detallar cómo luciría la albardanería de manera exacta, aparte de complejo, va más allá de esta síntesis, pero una buena manera de imaginar al orden albardanero es a través del imperio de la Corona española sobre América, con la divergencia en el carácter. La albardanería es nacionalista porque el imperio murió, pero no se opone, en principio, a un imperialismo forjador como el romano o el hispano, como sí reniega del imperialismo materialista e informal de los anglosajones. Por tanto, un Estado albardanero, si bien será nacional, también, de tener las capacidades y encontrarse en la situación geopolítica adecuada, podrá emprender una misión imperial civilizadora dentro de lo que históricamente fue dominio español, lo que ayudará a legitimar la idea de la monarquía criolla. Centroamérica es la prioridad y, a como Zelaya —si bien errado en otros aspectos— vislumbró de manera correcta, de Nicaragua debe venir la unificación.
De valorar el futuro Soberano esta misión civilizadora como posible, justa y necesaria, el carácter del Estado deberá transformarse, pues nuestra idea final no es un excepcionalismo nicaragüense que aculturice al estilo inglés, sino un hispanismo re-integrador, re-constructor, restaurador. Para este objetivo será necesario trabajar de la mano con movimientos afines a la albardanería. Estos, de existir, nos asegurarán cooperación prolongada y, eventualmente, la unificación orgánica y pacífica.
De no existir, que es lo más probable, y sabiendo nosotros que el orden espontáneo es un mito liberal, no podemos esperar que simplemente “surjan” de entre las poblaciones. El Estado albardanero deberá proveerlos de apoyo de manera sigilosa hasta donde le sea posible. Esta deberá ser una política de Estado, mas no habrá de tomar primacía sino hasta después de haberse asegurado la soberanía de Nicaragua. Las campañas de subversión cubana en toda Hispanoamérica son una guía a tomar en cuenta, no a imitar, sin embargo. Países más avasallados, como Costa Rica, ameritan esfuerzos superiores que el Soberano y su corte evaluarán.
Así como la revolución es comprendida por sus defensores como un fenómeno global que debe expandirse para asegurarse a sí misma, la restauración deberá seguir líneas similares, acaso más prudentes y delimitadas. No son nuestras las ‘luchas’ de los pueblos ajenos a la hispanidad y nunca lo serán. Sus Soberanos determinarán sus destinos. Si estos implican el reemplazo de la modernidad por formas más propias, serán aliados naturales, mas nunca incondicionales e incluso puede que lleguen a ser enemigos. Relacionarnos con ellos a través de entidades supranacionales, sin embargo, es errado. No son más que herramientas de gobernanza informal respondiendo a la llamada de los mercaderes para desarticularnos.
V
Palabras finales
Pero antes de lanzarnos al mundo nuestro enfoque debe ser Nicaragua, siempre Nicaragua. No la Nicaragua inventada por la izquierda, que sólo es india o sólo es negra, ni tampoco la Nicaragua de la ‘derecha’, que sólo es blanca y usa smoking. La verdadera Nicaragua es una confluencia de dos mundos, ambos con vicios y virtudes, del cual surgió un pueblo único. Defender sólo a la periferia, o sólo a sus mercaderes en el medio, implica siempre depreciar al colectivo, al centro. Por esto nuestra consciencia debe ir hacia un sólo punto, un centro que ponga sus miras en lo alto, en ese cielo donde dícese que están las almas de nuestros ancestros, y hacia abajo al mismo tiempo, donde los huesos de esos mismos hombres y mujeres que nos precedieron nutren los suelos que nos alimentan y dan labor. Es así que encontramos sentido en un mundo cada vez más difuso por nuestra propia necedad y la manipulación de esta por parte de inescrupulosos y degenerados.
El mundo entero necesita orden, tanto físico como espiritual. Lo necesita desde hace un buen tiempo. Este escrito es mi humilde intento de formular un camino para recuperarlo en nuestras tierras y ayudar a nuestros hermanos a hacerlo en las suyas, por lo menos conceptualmente. Nuestro futuro es incierto ante los choques de los grandes poderes y eso hace más necesario un retorno a las formas bajo las cuales mejor funcionamos, mejor nos sentimos y mejores nos hacen. Pero la incertidumbre también nos exige innovar. El mundo no es como hace trescientos años. La albardanería, recordemos, no es simple regresión, sino la reafirmación de todo lo que es nicaragüense y, por extensión, de todo lo que es hispano y civilizado.
Si algo está claro es el fracaso de la modernidad y sus engendros, la mentira que son las nociones de autoridad y naturaleza humana heredadas de facciones que buscan nuestra disolución y la necesidad de reconocernos en nuestra frágil posición de albardanes ante usurpadores tiranos para así poder escapar hacia la tan ansiada libertad que reside en un orden propio, nuestro Imperio. Por esta razón empecé este proyecto, porque no había nadie hablando sobre lo que debía hablarse. Hoy, que se cumple un año desde la creación de Albarda, puedo decir, al menos, que hay cuatro locos haciéndolo y eso me llena de orgullo.
Mucho hace falta por hacer, probablemente no tenga idea de cuánto, pero la gente involucrada en este y en otros proyectos me inspira a continuar a pesar de las dificultades. Mi creencia de que el fin se acerca permanece intacta, pero al menos intentemos darle la cara con dignidad. Si este no es nuestro siglo, ningún otro lo será y de no poder montar la dinámica jouveneliana de manera eficaz, al menos dirán, en algún momento, “alguien nos advirtió, mas no oímos”. Esperamos nosotros ser ese alguien.
Este pequeño boceto sobre nuestras aspiraciones —y digo nuestras con confianza, porque sé que las comparto con varios—, junto con el proyecto que ha sido Albarda, son el comienzo de nuestra acción inteligible (la teoría), la cual hará camino para nuestra acción sensible (la praxis). Cada uno de los puntos elevados, y otros omitidos, los explayaremos a su debido tiempo, completando así el sistema que la Vanguardia no logró concretar ni en mente ni en corazón. Y lo hacemos por amor a Nicaragua y a todo lo que Nicaragua fue. Y si la amamos hoy es porque no nos gusta, porque está enferma y es deber nuestro, como hijos del maíz y del barro —hijos suyos—, sanarla definitivamente; salvarle la vida.