Lamento de un joven conservador sin partido

Texto de un joven conservador granadino.

Cuando Luis Alberto Cabrales escribió su ensayo definitivo sobre el conservatismo auténtico en Nicaragua, el nuestro era un país muy diferente. Cierto, muchas de las aflicciones que hoy nos aquejan eran apenas visibles; otras no habían aparecido. Pero aquella era una colección de comunidades ajena a lo que hoy muchos entienden como «Nicaragua». Por ende, la noción de conservadurismo en ese país considerada era también diferente.

Cabrales no fue nunca el ideólogo de cabecera del Partido Conservador y sólo brevemente dejó huella en el somocismo. El suyo es más propiamente descrito como las últimas palabras del ideario del legitimismo, el movimiento que defendió a la República de Nicaragua del caos que su propia naturaleza le infunde. En ese tiempo, entrando la década del sesenta, ser conservador y políticamente activo en Nicaragua era casi sinónimo de ser discípulo de Burke, el conservador liberal británico del siglo XVIII. ¿Por qué Burke? Llanamente porque los conservadores de Estados Unidos veían a Burke como maestro.

Así, con Burke y no con Cabrales, ni otros ideólogos de la reacción como de Maistre o Donoso Cortés, el Partido Conservador de Nicaragua continuó la tarea, iniciada quizá desde que Nicaragua existió como entidad, de poner al conservadurismo contra el caudillaje. De ahí vemos a gente como el político conservador de la era somocista, Luis Pasos Argüello, escribir que:

Entre más grande sea la enfermedad, a medida que sea más crítica y más dilatada la desviación de Nicaragua de sus cauces normales, de sus esencias republicanas y democráticas, de su tradición, más necesario se hace el Partido Conservador en Nicaragua.

Y en otro lugar, hablando del somocismo, también que:

Si el Partido Conservador, en lugar de luchar contra la fuerza del Mal, si en lugar de ser el remedio para la enfermedad, se convierte en soporte de la Dictadura y de la Dinastía… entonces ha faltado a su destino, a la razón de ser de su existencia.

El Partido Conservador de Nicaragua tiene… la misión «en el orden político» para Restaurar las esencias republicanas de la Nación y la democracia de la nacionalidad nicaragüense y la misión «en el orden social» de acabar con la esclavitud económica de los trabajadores nicaragüenses. Y de fundar en Nicaragua esa nueva Era de la Hermandad Humana que en síntesis es la predicación de Jesucristo adaptada a la vida de la nacionalidad nicaragüense.

Como vemos, la idea fundamental que surgió en esos días y que ahora persiste en lo que queda del conservadurismo tradicional es que Nicaragua es digna de conservarse sólo en la medida en que se identifique con esa «esencia republicana y democrática». Pero, ¿no es acaso esa una sentencia muy liberal?

Oponiéndose a esta escuela de pensamiento, Cabrales expuso en su ensayo que:

Conservatismo es el acervo de ideas políticas y sociales que sirven para «conservar la autenticidad y la identidad de un pueblo».

Y quizá dirigido a Pasos Argüello, también advirtió sobre la adopción del lenguaje y el pensar revolucionario:

El hecho de considerar urgente y necesario halagar a las masas populares, el hecho de asignar a la “propaganda” el primordial papel en todo “movimiento”; el hecho de querer rivalizar en espejismos, promesas, “slogans” y demás artificios del lenguaje demagógico, con los marxistas de todos los matices; el hecho —peligroso e ingenuo al mismo tiempo— de querer “figurar” como “revolucionarios” porque el “revolucionarismo” ha sido puesto de moda por los Estados Mayores del comunismo internacional con astucia muy bien fundamentada, todo conspira a la crisis de pensamiento.

A diferencia de los conservadores con quienes compartía la etiqueta, Cabrales entendía a Nicaragua como más que una república decimonónica. Para Cabrales, Nicaragua era una realidad irreducible a un experimento político. La Nicaragua que engendró a Cabrales dictaba su propia política de su propia cultura, una lógica en la que el poder nicaragüense era uno solo, con una sola esencia común expresada en diferentes formas a lo largo de la Historia, pero siempre como un eco que había de reafirmarse. De ahí que también definiera al Partido Conservador como más que la oligarquía organizada en Granada:

Partido Conservador (y lo puede ser un partido que no lleve ese nombre pero que haya superado cualquier género de utopía) es el conglomerado humano que, aceptando como bueno y eficiente ese acervo, se organiza para luchar contra fuerzas que tienden a destruir —parcial o totalmente— la autenticidad y la identidad de un pueblo.

No creo que Cabrales, a esas alturas, considerase al somocismo como un Partido Conservador, pero tal vez en la figura del soberano somocista podía ver algo conservado de la verdadera forma política nicaragüense que sus discípulos de la Vanguardia identificaban como «el gobierno libre, fuerte y durable». Esos tres adjetivos eran los del poder soberano de Nicaragua porque esa era Nicaragua antes de ser república: un Imperio con orgullo, con destino y fortitud; por desgracia un Imperio sin hijos dispuestos a heredar.

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Si tuviéramos que adaptar esas tres etiquetas a nuestra realidad, y hablo de la realidad post-revolucionaria en toda su extensión, que es tan liberal como es sandinista, hablaríamos de gobiernos sometidos, acorralados y efímeros; hablaríamos de la República de Nicaragua, en realidad.

Cuando nos remontamos al Bando Legitimista en su transición al Partido Conservador en los años sucesivos a la guerra nacional, podemos encontrar aquella retórica que habla de democracia, incluso la mención ocasional de los «derechos humanos», pero la sentencia máxima que permanece hasta nuestros días como lema de todos los conservadores, dentro o fuera del Partido, se compone de tres palabras: Dios, Orden y Justicia. Entre esas tres palabras perfectas no caben ni república, ni democracia, ni mucho menos, como Cabrales también señalaba, «libertad».

Empeñados en defender una forma política por sobre la integridad de la Nación nicaragüense, nuestros conservadores burkeanos, con la familia Chamorro a la cabeza, jugaron el juego de la revolución al lado de sanguinarios que hacen ver a Zelaya como defensor de la tradición. Ni con todas sus medidas progresistas pudo el somocismo hacer tal daño como lo hicieron aquellos conservadores, y es que el traidor siempre da donde más duele.

La figura de Somoza en verdad fue trágica para el conservadurismo en Nicaragua pero no por sí mismo, sino por lo que inspiró como reacción. Somoza encarnaba a Nicaragua entera incluso si era un titán liberal. Aunque aplicara esta u otra política, lo hacía al final como autoridad nicaragüense. Los conservadores entendieron sólo que lo hacía como autoridad, e identificando a Nicaragua como un mero principio anti-autoritario, y no como una realidad que incluye a la autoridad, inadvertidamente terminaron peleando contra Nicaragua misma, una situación fatal para lo conservador.

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Jamás se recuperaron, sobra decir. El suyo acabó siendo otro grupo de oligarcas entre los demás. La dignidad legitimista se diluyó en la politiquería y lo peor del somocismo pudo surgir sin una crítica acertada, salvo la crítica personal de Cabrales que quizá nunca sabremos completa.

La ruina del Partido Conservador de Nicaragua es de gran tristeza para mí. Ese partido bicentenario fue el de mi abuela, el de mi bisabuela y el de sus antecesores granadinos. Por sangre es mi partido, pero no llegué jamás a votar por él, ni a afiliarme, ni a producir propaganda para asistir a la defensa de mi país, pero ahora entiendo que aquello fue lo mejor. El Partido Conservador que Ortega desapareció era un cadáver lejano a todo lo que un organismo conservador debe ser. La continuidad con el legitimismo presumida ya ofendía al legitimismo más de lo que ayudaba al Partido. Pero ya muerto y enterrado, resulta evidente la orfandad política de todos los conservadores. Ya no es necesario para muchos cumplirle las viejas lealtades de sangre a un apéndice de la maquinaria diabólica que liberales y sandinistas ingeniaron.

Pero en esta muerte trágica podemos, y debemos, pensar en nueva vida. La muerte del Partido Conservador puede ser también el punto de partida para el nacimiento de algo que sirva mejor a la función intrínseca de una organización de ese tipo. Ahora, pudiendo escapar del pensamiento liberal totalmente, y pudiendo integrar a nuestro pensamiento visiones más propias, como la de Cabrales, es quizá plausible para el conservador pensar en su partido como algo más que una organización política. La conservación de Nicaragua, de sus valores y de su gente, no es tarea solamente de políticos. Todos estamos llamados por naturaleza a defender a nuestros semejantes en la casa, en el barrio, en el municipio; el partido habría de ser sinónimo de Nicaragua y Nicaragua del partido pero no en un sentido totalitario como se entiende el totalitarismo en la modernidad, sino de un modo orgánico.

El Partido Conservador idealmente habría de incluir a toda Nicaragua para cumplir su misión y por ello no puede ser un partido, sino una cultura entera, una actitud colectiva. Esta cultura habría de ser el límite de la política, un consenso dictando hasta dónde pudiera llegar uno u otro funcionario y, de ser necesario, también habría de erigirse como un bando en defensa de lo legítimo, un Bando Legitimista, contra cualquier degeneración en el seno de la Patria.

Ahí es donde volvemos a Cabrales, ultimus nicaraguensium legitimorum. Todo pensador nicaragüense que entendió en lo que verdaderamente consiste ser conservador lo hizo gracias a Cabrales y desde que su nombre no figura ya en la historia de nuestras ideas, nadie lo ha entendido. Comprenderlo, con tan poca obra suya a nuestro alcance, es un reto, pero es de esperarse. Él mismo escribió que «para conservar es necesario una perpetua lucha, un vivir alerta, una perenne dinamia».

Mas la dinamia conservadora es profunda, no superficial; su renovación es orgánica, y actúa no para reformar o transformar, sino para conservar la identidad. Porque sólo se conserva renovándose. Renovarse es vivir, se ha dicho, pero la renovación no es más que un medio, el medio de conservar, que es el fin vital en la naturaleza de la sociedad.

Así como el cuerpo humano renueva sus células por células idénticas, para seguir viviendo, y cada uno de sus órganos se renueva pero no se reforma o se transforma, el conservatismo en su dinamia profunda influye en un continuo renovarse, en un continuo renacer, precisamente para conservar la identidad política del pueblo, su ser y su razón de ser.